ALUMBRADO PÚBLICO EN LA VIEJA BUENOS AIRES



La Luz en Buenos Aires

A todas las dificultades que tenía Buenos Aires luego de su fundación definitiva, se le sumaba una de gran importancia: el alumbrado de sus calles. De día, naturalmente, el problema no existía, pero al bajar el sol, comenzaba el padecimiento de todos los vecinos y comerciantes porteños. Es por eso que rápidamente se comenzó a utilizar el sebo vacuno para confeccionar velas para ser colocadas en las puertas de los negocios y casas. Esto también se daba en días festivos en las plazas y edificios públicos.

El sebo en aquellos tiempos, era un elemento de vital importancia para los pobladores de Buenos Aires, ya que sin él, no se podía fabricar las velas que servían para la iluminación de las calles; es por esta razón, que el Cabildo era el encargado de procurar su correcto abastecimiento a los porteños. Sin embargo en el año 1721 los propios vecinos comenzaron a elevar quejas a las autoridades denunciando la escasez del sebo, lo que llevó a los responsables de investigar qué pasaba, a darse cuenta que se estaban realizando envíos en grandes cantidades a Mendoza y al norte, de este necesario elemento. Y eso se daba porque, mientras que en la Ciudad se pagaba por cada saco, dos reales, en las provincias su valor se duplicaba. Dada esta problemática, las autoridades del Cabildo le dieron la potestad a los vecinos de que decomisen todo envío de sebo vacuno al interior y limitó la cantidad de sacos transportados a una unidad por carreta.


Primer Intento de Alumbrado Público Permanente

En el año 1744, el gobernador Domingo Ortíz de Rozas intentó llevar adelante el proyecto de alumbrado público permanente en las calles porteñas, no solamente en épocas festivas. Para ello, dispuso que todas las tiendas y pulperías colgasen, al oscurecer, faroles en sus frentes y que los mantengan encendidos hasta las nueve de la noche en época invernal y hasta las diez en verano. De este modo se aseguraría que las calles "estén claras y se eviten muchas ofensas a Dios nuestro Señor". Y para que esto se cumpliera, puso penas duras a cumplir en caso de desobediencia, como por ejemplo, el pago de una multa de diez pesos "aplicados para las obras de Su Majestad y dos meses de condena al destierro en el presidio y Plaza de Montevideo".
Así y todo, con el correr del tiempo nadie cumplió y el intento de mantener alumbradas las calles de manera permanente, fracasó.


Virrey Vértiz, Padre del Alumbrado Público

Luego del intento fallido de Ortíz de Rozas, fue Juan José Vértiz en 1770 quien reimplantó la vieja Ordenanza e impuso a las pulperías y las tiendas la normativa de colgar un farol en sus frentes por las noches.

El 2 de diciembre de 1774, por medio del "Bando del Buen Gobierno" sentó las bases para instaurar definitivamente el sistema de alumbrado público permanente en las calles de la Ciudad. El gobernador había dispuesto que: "El gasto de la nueva iluminación que se va estableciendo en las principales calles de la Ciudad, por el bien general que resulta para todos los habitantes, sea cubierto proporcionalmente, por todos los vecinos".

Serían éstos los encargados de encender y limpiar los faroles más próximos a sus casas o negocios, al tiempo que debían bajarlos y ponerlos a resguardo los días de lluvia. "El Bando del Buen Gobierno", proclamado en todas las plazas públicas, también sostenía que los esclavos que rompan algún farol "al tiempo de encenderlo, limpiarlo o retirarlo recibirá cincuenta azotes y los dueños pagar su reparación". Tambíén impuso la pena de diez pesos a quien "con malicia o sin ella" rompiese algún farol.


Los Primeros Faroles

Como es de esperar, los primeros faroles colocados en las calles de la antigua Buenos Aires eran muy precarios y contaban, solamente, con una vela de sebo que a su vez estaba dentro de un armazón de madera y cubierto en sus lados por papel para evitar que el viento la apagara.

Pasado un tiempo se los reemplazaría por otros más grandes que contenían tres o cuatro velas en su interior y en vez de estar cubierto con papel estaban cubiertos por vidrio.

Se colgaban de "una cigûeña de madera o fierro" la que a su vez, se empotraba en la pared, consiguiéndose así, iluminar el casco céntrico de la Ciudad sin que los habitantes tuvieran que salir de noche con faroles de mano, que eran transportados por esclavos.

A partir del año 1777 y luego de varios reclamos de los vecinos y por el descuido de los faroles, las autoridades resolvieron dejar de lado la normativa que obligaba a los ciudadanos a mantener y cuidarlos y los dieron en concesión o "asiento" a algunos empresarios que, según los documentos de la época, nunca cumplieron con el servicio en la forma pactada.

Un caso que puede ponerse de ejemplo es el del vecino Felipe Robles, quien al no cumplir con su compromiso asumido, fue embargado y encarcelado. Por esa razón, la mayoría de los faroles instalados en la antigua Ciudad, quedaron inutilizados y las noches porteñas nuevamente dejaron de estar iluminadas.

Así fue como el Cabildo se hizo cargo de la administración del alumbrado público de Buenos Aires en el año 1797 aunque tampoco fue muy muy efectiva su intervención. Tal ineficaz resultó la administración oficial, que las quejas se multiplicaron.


Ante esta situación, un vecino que ya había tenido a su cargo la concesión un tiempo atrás, llamado Leonardo Ovella, intentó volver a obtenerla argumentando que "los asentistas dejaban de encender los faroles ocho noches que había luna, ahora se dejan once, aunque las noches estén tenebrosas, como se ha visto, poniendo unas velas tan pequeñas que a las siete y antes que saliese la luna estaban apagadas ya, gran cantidad de ellas".

Igualmente, pese a la mala administración oficial y privada, los faroles se fueron multiplicando en las calles de la Ciudad de Buenos Aires hasta llegar en el año 1804 a la cantidad de seiscientos sesenta y uno.

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